martes, 28 de enero de 2014

Los ERE fraudulentos no han cambiado nada

Al fin y al cabo son nuestras costumbres y hay que respetarlas. 

Tras un trabajaco de 40 páginas sobre los ERE y la cultura política andaluza aquí dejo las conclusiones. 

Si los ERE fraudulento y las facturas falsas de UGT o CCOO han  perjudicado a alguien en el plano económico, social y político ha sido, en última instancia, a la ciudadanía. Una ciudadanía que, sobre el papel, ve sus intereses representados por los partidos políticos andaluces, que se hospedan en el Parlamento Andaluz. De este emana el poder legislativo y a través de una elección indirecta el ejecutivo, otorgándoles la capacidad de gobernar. Pero el parlamento también tiene en su haber la función de controlar. Debe comprobar que lo que se hace con el dinero público, con el dinero de todos, sea acorde a la norma en espíritu y letra. El caso de los ERE ha puesto de manifiesto que ese control no es efectivo.

El País; Edición digital

Al no ser efectivo hubiera sido de ser de esperar que sea la ciudadanía quién, bien a través de acciones legales o de actos violentos, muestre su descontento. No hubiera sido descabellado, en un contexto de crisis galopante y miseria imperante, ver a cientos de personas a las puertas del Parlamento Andaluz armados con hoces y antorchas reclamar la cabeza de Griñán y las sedes de UGT saqueadas. A nadie hubiera extrañado un cambio de partido en el gobierno. No hubiera sido una sorpresa para nadie, en definitiva, las masas enfervorecidas dejaran bien claro su desacuerdo con todo el tema de los ERE.

Pero no hemos encontrado con una serie de condicionantes que han impedido no ya sólo una acción directa, sino también las institucionales. Nos encontramos con que el principal partido de la oposición en Andalucía tiene a todo el aparato del partido central con casos de corrupción hasta las barbas. Que el tercer partido en votos sigue sin ser lo bastante fuerte y que la sangría de apoyos que estaba sufriendo el PSOE se ha detenido.

Seguramente nunca sabremos con exactitud la magnitud del caso de los ERE fraudulentos o de las facturas falsas de UGT. Posiblemente sea tanto un problema estructural en el que se hace casi imposible controlar un volumen de dinero, negocios y datos demasiado grandes como una actuación de mala fe.

Pero sí que llama la atención la actitud pasiva de la ciudadanía en las últimas elecciones. Aunque si miramos hacia Valencia asistimos atónitos a como el PP, liderados por Fabra Jr, Camps y Barberá conservaban el poder gracias a las urnas. ¿Era un primer aviso?

También es justo reconocer que en el voto de una persona influyen muchas otras variables como la situación personal, el componente ideológico o la campaña electoral. Puede que incluso en mitad de una sociedad postmoderna la influencia de estos factores sea algo secundario y que lo que prime sea el interés personal y en una red clientelar típica el voto ya esté decidido de antemano.

Son, en suma, muchos factores los que explican la permanencia del PSOE en el poder, entre ellos que ningún otro partido haya sido capaz de presentar otra propuesta especialmente fuerte o de recabar los suficientes apoyos para gobernar en solitario.

Pero a la pregunta que nos hacíamos al principio de este trabajo, si el caso de los ERE ha afectado a la cultura política andaluza, podemos decir que sí. Las fechas en las que los sentimientos negativos hacia la política y la clase política se intensifican cuando el caso de los ERE aumenta en difusión. Pero también es verdad que es en ese momento en el que la crisis económica se agrava, lo que sin duda actúa como elemento distorsionador.

Sí podemos afirmar que el escándalo de los ERE fraudulentos ha tenido sus consecuencias. A nivel de los partidos político (el PSOE parece estar en medio de un proceso regenerativo interno) y a nivel institucional (se ha apartado a todo aquél imputado y varios de ellos han dimitido).


Qué otras consecuencias tendrá todo esto tanto en el psique como en la cultura política andaluza solo el tiempo lo dirá. Pero este tipo de escándalos sólo sirven para que la ciudadanía se vea cada vez menos representada en una clase política a la que mira con todo menos con simpatía. 

martes, 21 de enero de 2014

Ogacihc, ciudad de Reyes.

Reanimamos el Blog con la introducción de una historia en la que llevo tiempo trabajando. Ogacihc será uno de los escenarios donde se desarrolla la misma. 

El verano había empezado hacía sólo dos días, pero en Ogacihc ya hacía un calor de mil demonios. El sol pegaba fuerte y el aire tórrido del desierto arrastraba consigo  arena y el polvo. Además, al ser una ciudad costera la humedad reinaba en el ambiente, haciendo que el calor se pegara al cuerpo, convirtiendo el respirar en todo un reto para aquél pobre desgraciado que no se hubiera acostumbrado desde niño a las inclemencias del tiempo.
 
http://kernattila.deviantart.com/art/Coast-castle-149690923
Hubo un tiempo en el que Ogacihc fue la más grande de las ciudades. La capital de un reino poderoso y orgulloso. Un reino que había extendido sus tentáculos por casi todo el Mar Bravío y cuyos navíos habían llegado a todos los rincones del mundo conocido.  Desde su trono en el Castillo de Plata los reyes habían gobernado los mares y los desiertos, dictado leyes y comandado ejércitos.

Pero el linaje de los reyes se fue corrompiendo con el paso del tiempo y del que fuera el más grande de los reinos apenas quedaba nada. Las regiones conquistadas habían declarado su autogobierno y elegido a sus propios reyes. Los impuestos y los tributos dejaron de pagarse. El tesoro real se desangró y despilfarró en fiestas, festines y supercherías. Los ejércitos se disolvieron y la flota se hundió.  

Del que fuera el mayor de los reinos sólo quedaba Ogacihc. Sólo restaba una ciudad vieja, cada vez más despoblada y medio en ruinas. Las murallas eran apenas escombros que servían como cantera para los pocos constructores que quedaban en la ciudad. La mitad de las casas estaban vacías. El puerto estaba abandonado, buena parte de él derruido, y los navíos apenas lograban atracar sin riesgos. Los gobernantes, a cada cuál más estúpido e inepto, habían abandonado la ciudad. Todo un linaje de reyes languidecía en las salas del Castillo de Plata, donde aún hondeaban los pendones reales.

El caos, la anarquía y la ley del más fuerte se habían apoderado de la ciudad. La que fuera en su día la guardia real se había convertido en una banda de matones que se dedicaban a exigir impuestos que inventaban sobre la marcha. Sólo gozaba de seguridad aquél que podía costeársela. El hambre y la enfermedad campaban a sus anchas por las calles de Ogacihc.

Hacía años que la ciudad era fruta madura para todo aquél que quisiera apoderarse de ella. Las potencias del Sur habían estado observando la situación con incredulidad durante años. ¿Cómo podía ser que el más fuerte de los reinos bañados por el Mar Bravío se hubiera ido al traste de aquella manera? ¿Cómo lo habían consentido sus gobernantes? ¿Cómo habían desperdiciado sus dones?

Y, aún más importante, ¿cómo era posible que nadie hubiera movido ficha todavía para hacerse con la ciudad?

Fue el imperio Inleriano el primero en hacerlo. Cuando los temporales invernales que azotaban el mar Bravío llegaron a su fin el Emperador Marcus IV dio la orden a la flota de zarpar. Tras una semana de travesía un centenar de navíos, que cargaban a casi seis mil hombres, entraron en el puerto de Ogacihc. No hubo ningún combate. No hubo oposición alguna. No hubo muertos.

En menos de cuatro horas la ciudad entera estaba bajo el control de los inlerianos. El Castillo de Plata al menos tuvo la vergüenza de hacer un conato de resistencia. Pero se lo pensaron mejor tras ver al ejército desplegarse frente a ellos. Todos a una y en perfecto orden el centenar de hombres que conformaban la guarnición del castillo se lo pensaron mejor. Abandonaron las armas sin más y salieron en fila  y con las manos en alto.

El Sheik Ibrahim, señor del castillo, no puso muchos peros a la situación y se limitó a negociar la rendición absoluta. El imperio Inleriano le daría una pensión anual de mil marcos a cambio de que se fuera bien lejos y de que renunciara (él y cualquiera de sus herederos o familiares) a sus derechos sobre el trono.

Así, tan sólo dos días después los pendones del Sheik, un halcón rojo sobre campo negro, dejaron de hondear en el Castillo de Plata. Ahora eran los estandartes de Inler, un jabalí gris cruzado por dos lanzas sobre fondo azul, los que se erigían, orgullosos, desde sus murallas.


Ogacihc pertenecía al Imperio. Empezaba una nueva era. 


Sobre los derechos de autor
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